16 jul 2008

Bla!



Ése es el lugar exacto donde se me suelen ahogar las palabras. Como el instante previo al llanto roto de un niño pequeño, se me engancha más allá de la piel y la carne la letra capital y muere en un lacrimal ficticio, sin lágrimas, sin gritos ni, por supuesto, mocos.

Si hablásemos de estadísticas, estaríamos hablando de un porcentaje muy bajo de la causa de los silencios. No por ello, menos importante. Ni tampoco más, claro...

Las estadísticas yo me las creo como mucho los días impares...

El caso (mi dislexia me ha hecho escribir de inicio la palabra caos...) es que son muchas las veces que considero oportuno trocar alguna que otra palabra o frase por el pitido sordo tan característico de la ausencia de ruido.

De pequeña... quiero decir, de niña, esto era una cosa que me entusiasmaba. Esperar el tiempo suficiente para lograr escuchar ese sonido constante e incompatible teóricamente con su propio origen. Eso y quedarme mirando un punto fijo de una pared blanca hasta que conseguia que la visión se trastornase lo suficiente como para convertir en blanquecinos todos los muebles, la tele, a mi madre... al mundo. A día de hoy no deja de encantarme la idea de tener que guardar el suficiente silencio para escuchar algo; y la de mirar mucho para dejar de verlo todo...
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Fotografía: ©® Zoe López

3 comentarios:

El Selenita dijo...

Grita.

Nacho Gabrielli dijo...

me encanta la foto, muy clásica.

Zoe -sin acento, por favor- López dijo...

Seleno, hoy no, gracias

Nacho, nunca fui una modernita...